CANADA ON THE ROAD 

 

Nació después de un año y medio de encierro en Montreal, cuando las fronteras empezaron a abrirse y las restricciones más duras de la pandemia comenzaron a relajarse. Mientras el país salía poco a poco del invierno y de los toques de queda, yo llevaba meses trabajando en proyectos de videomarketing remoto, ahorrando cada dólar posible y dándole forma a una idea que más tarde se convertiría en mi proyecto XR Thalamus. Al mismo tiempo, terminaba una relación que había sido la razón inicial para quedarme en Canadá, y sentía con claridad que necesitaba moverme para poder seguir.​

En cuanto fue posible, compré un Hyundai Tucson al que bauticé el Gypsy, lo equipé con lo básico para vivir y subí todas mis maletas al coche. Desde el primer día conduciendo por las autopistas canadienses tuve la sensación de que ese viaje iba a cambiarlo todo: tres meses en la carretera, 13.000 kilómetros alrededor de un país inmenso y una sola certeza, que mi casa, por un tiempo, iba a ser el asiento del conductor y el horizonte que se abría delante del parabrisas.

Pequeño altar para el viaje al interior del Gyps, un jaguar de Teotihuacan y un collar de plumas Cofán.

 

Canadá es el segundo país más grande del mundo y, al mismo tiempo, uno de los más vacíos: kilómetros y kilómetros de bosques, lagos y montañas donde casi no hay nadie. Por eso, desde el inicio supe que este viaje iba a ser, más que turismo, un tiempo de introspección y de conexión con la naturaleza, una forma de escucharme después de la pandemia y de todos los cambios que trajo.​

Los primeros 4.000 kilómetros no los hice solo. Viajé acompañado de una pareja mexicana que iba en otra camioneta, compartiendo rutas, playlists y cafés en estaciones de servicio perdidas en medio de la nada. Nuestro primer gran objetivo era El Parque Nacional Banff, ese lugar del que todo el mundo hablaba: lagos turquesa alimentados por glaciares, montañas que parecen una postal perfecta y la promesa de que, al llegar allí, el viaje empezaba de verdad.

Cascade Mountain.

 

Arquitectura de las casas de Bamff al fondo Cascade Mountain.

Downtown Banff

Canadá es enorme y casi vacío, así que cuando la pareja mexicana siguió su camino yo sentí que el viaje de verdad empezaba. Dejé atrás Banff y pase por Lake Louis casi sin detenerme; seguía siendo una zona muy turística, demasiado cerca de la ciudad para lo que yo estaba buscando. Mi objetivo ya era otro: conducir siempre un poco más, empujando el mapa hacia arriba, hasta llegar lo más al norte posible del continente y ver hasta dónde me dejaban avanzar la carretera, la gasolina y el cuerpo.

Lake Louis

El Gypsy.

Desde Jasper seguí subiendo hacia el norte, cruzando Prince George y la reserva indígena Gitwangak, hasta que la ruta me llevó por la Glacier Highway, ese camino que une Stewart, en Columbia Británica, con Hyder, Alaska. Stewart apareció entonces como un pequeño pueblo al final del mundo: aislado, silencioso, rodeado de montañas y glaciares, con esa sensación de lugar suspendido en el tiempo que te obliga a bajar la velocidad.​

Highway 37 A también conocida como Glacier Highway.

Lo caminé casi entero, con curiosidad de forastero, hasta enterarme de un detalle que lo volvía aún más extraño: allí, muy cerca, se habían rodado las escenas exteriores de “The Thing”, la película de culto de John Carpenter. Saber que ese paisaje había sido escenario de una historia de paranoia y aislamiento ártico solo confirmó lo que ya sentía; era un lugar particular, perfecto para detenerse, mirar alrededor y dejar que el viaje se impregnara de ese clima raro entre belleza y misterio.

 

Stewart, pueblo solitario 

El hotel de Ripley fue el unicó lugar abierto en todo el pueblo.